3/10/07

Teoría de la Anámnesis


I.
Fue extraño lo que aquella noche soñó.
Una calle al revés y la sensación producida por el roce de unas sábanas frías.
No dejaba de preguntarse mentalmente qué podía significar. Si formaba parte de la realidad o de algún deseo oculto, si lo había vivido o lo había imaginado –tan frágil era la línea entre lo uno y lo otro-
Tenía la cualidad de ver las cosas desde prismas distintos, así con sus aristas, sus recovecos angulares….así que, en haciendo un gran esfuerzo se autoconvenció de que sería mejor no agobiarse.
“Ya se me revelará cuando quiera”.

II.
Cada cinco minutos preguntaba cuánto quedaba para llegar.
Debe ser cierto que los niños miden el tiempo de distinta forma a los adultos pero se hacía interminable.
Atravesaba casi toda Castilla. Pueblos de nombre extraño, con casas viejas, ancianos en las puertas y perros. Y siempre, en todos y cada uno de ellos destacaba, firme y orgullosa, una iglesia. Así, como observándolo todo.
Al final su diminuto cuerpo acababa tumbándose en la parte trasera del coche.

“Despierta, ya hemos llegado”.
Abría los ojos y lo primero que veía eran los balcones con geranios de la vecina.
Desde esa perspectiva los veía al revés.
Su abuela esperaba en la entrada y ella le demostraba que unos brazos pequeños no dan necesariamente pequeños abrazos.


III.
Aquél verano lo compartió con su madre.
“Iremos a la cabaña del tío Tom”, le decía y se le llenaban los ojos del brillo de la ilusión.

En realidad era pura fantasía. La cabaña era una casa antigua perteneciente a la anciana tía Lucía, a orillas del río Tormes, en Puente del Congosto.
La puerta robusta de madera de roble nos introducía en la casa, suelo de piedra y un grifo en el pasillo en la parte inferior de la pared con un barreño de hojalata muy ancho donde se introducía el pescado capturado al amanecer.
Al fondo, un patio de yerba seca, color ocre propio de Castilla.

“Duérmete la siesta”, repetía incesante.
Pero los ojos de una niña de cuatro años nunca tienen sueño sino ansias de ver, de preguntar y experimentar.
“Duérmete la siesta y luego nos damos un baño en el río”.
Entonces, obligada por su deseo de río, cedía.

La cama estaba congelada. El frío de las sábanas de blanco algodón contrastaba radicalmente con la temperatura del verano castellano.

En aquellas sábanas duerme su niñez que también es la mía.

5 comentarios:

Marta dijo...

Recuerdo cuando me contaste esa anécdota, ese recuerdo de los balcoses y las casas vistas al revés.
Por favor, cuenta más de la casa de la tía Lucía, que destila literatura por todos los rincones...

© Claudia, la chef dijo...

Vaya oda a la infancia!!

Yo recuerdo cómo contaba los toros osborne de la carretera cuando íbamos a casa de los abuelos en tierras de Manuel Vicent. Poeteziban nuestra niñez para que la recordásemos así. Como la tuya, durmiendo entre sábanas.

María José dijo...

Gracias Claudia, es posible que sea una oda a la infancia. No lo había visto de esa manera.
Siempre agradecerá que mi madre llenara mi infancia de fantasía.Ir a la casa vieja de un pueblo perdido era bastante peor que ir a la Cabaña del tío Tom, aunque en realidad fuera de la tía Lucía.

Andrés dijo...

La siesta al fin y al cabo se duerme en el río... porque uno espera dormirse para que llegue esa hora.


Muy buena forma de escribir.

María José dijo...

Muchas gracias Andy, por tu huella a modo de comentario en el blog, por pasarte por aquí. Me alegro de que te guste ésta forma extraña de contar las cosas. ésta forma rara de ver el mundo.....a veces ;)